El aggiornamento impulsado por la AMP ha puesto en el centro de la reflexión institucional de las Escuelas la dialéctica entre lo Uno y lo múltiple. Se presenta de forma diferente según la experiencia y la historia de cada Escuela: ¿cómo concebir la relación al Uno de la orientación lacaniana cuando no hay centro geográfico hacia el cual converger?, ¿cómo tratar las tentaciones localistas del tipo “ellos y nosotros”?, ¿cómo situar la implicación de los no miembros en la Escuela, la de los más jóvenes en particular?
La experiencia de la NEL muestra que esto hace aún más necesario que el UNO de la Escuela se materialice, a partir del poder del llamado de la Escuela, en diferentes lugares. Como J.-A. Miller lo ha esclarecido, la Escuela podrá así encarnarse en momentos diferentes, a veces en una ciudad, otras veces en otra.
Esta reflexión se produce en un tiempo en que el presente impone por doquier a escala planetaria el significante de la diversidad. Es interesante volver a las fuentes norteamericanas de esta noción, con sus implicaciones en el plano ideológico, ético y político. La ideología de la diversidad se arraigó en los Estados Unidos en la lucha contra las discriminaciones raciales que llevó a la instauración de cuotas étnicas, aun cuando la Corte Suprema consideró que constituían un obstáculo para la igualdad de los ciudadanos frente a la ley.
En Francia, la importación de la discriminación positiva en los años 90 ha generado debate, sobre todo porque se revela contraria al derecho republicano, que no admite considerar la pertenencia étnica como un criterio discriminatorio legal. La igualdad ante la ley está garantizada para todos, independientemente de su origen, raza, religión o creencias.
La diversidad ha atravesado la época y ha experimentado una notable mutación que va de las políticas de integración en términos del “derecho a la diferencia” hacia las de la “promoción de la diversidad” con la consideración en el derecho y en la acción pública de identificaciones particulares. Desde 2004, el término conoce una extensión semántica y práctica potencialmente sin límite, mucho más allá de la dimensión etno-racial y sobre el fondo de factores de “diversificación”, donde la discapacidad, la edad, el sexo, la residencia, la formación alcanzada, la “parentalidad”, la apariencia física, etc. engendran así comunidades cada vez más desmembradas, una fragmentación al infinito que favorece el separatismo.
Lo que está en juego es el sentido que debe darse al término integración. Este sentido no supone un cierto distanciamiento respecto de los orígenes familiares, culturales del término, un esfuerzo de abstracción cuyo objetivo esencial es inscribirse en el lazo social que no es del mismo tipo que el grupo familiar. Como sostiene Blandine Kriegel, el contrato social es una integración. Se parte de una multitud bastante indiferenciada, sin poseer necesariamente un lazo de unidad, y es al consentir a darse una ley común que un pueblo se fabrica: “la integración, para utilizar las distinciones filosóficas tomadas de Habermas, no es ética, no se pide a las personas que vivan todas bajo el mismo modelo, sino que es política o cívica, se les pide que se integren a un espacio público”.
En el campo freudiano, lo que está en juego no es que lo múltiple esté separado de la unidad. Cuando todo trabaja en el sentido de la divergencia, la distancia geográfica, la diversidad de los idiomas y las culturas, es importante reunirse, no alrededor del calor de estar juntos, sino esencialmente alrededor de los fines últimos de nuestra acción: una perspectiva a distancia de lo imaginario, no todo simbólica (reglamentos y estatutos), más bien real.
La AMP ha hecho, desde el principio, la apuesta por una orientación común a sus diferentes Escuelas, una apuesta en torno al grado único del AE. Esta apuesta no impone a las Escuelas un reglamento o una vida estandarizados. Implica sin embargo un trabajo de homologación (admisión, garantía, pase) que pretende trabajar en sentido contrario a la divergencia y en favor de una orientación Una dada a la dirección y la conclusión de la cura. Esta orientación unitaria no es sin embargo sinónimo del triunfo de la indiferenciación. Como J.-A. Miller ha subrayado en su crítica del mutualismo, es por el contrario “un medio para reintroducir la diferencia creadora, un medio para crear diferencias”. Ella asegura la penetración de lo nuevo, favorece la presencia de la juventud.
Las Escuelas que se extienden sobre varios países como la NEL o la NLS y en las cuales la dispersión geográfica y cultural es muy grande, comportan una dimensión de construcción móvil, una combinatoria que puede ser rica en enseñanza, incluso para las Escuelas que parecen más homogéneneas: ¿cómo se hace lugar a la diferencia, a lo múltiple en una comunidad solidaria e integrada? La integración es a tomar en el sentido matemático de “la integral”, y no de la inclusión. La inclusión absorbe las diferencias, mientras que en una integral cada diferencial entra en función al mismo tiempo que la constituye: es juntos como los “dispersos descabalados” se ponen en marcha para llegar a constituir una Escuela propiamente analítica impulsada por un eros unitario.