La sexualidad desde Lacan

Hacia el XV Congreso de la AMP

Christiane AlbertiTraducido por María Guardarucci
11 septiembre 2025

Hace mucho tiempo que la moral sexual civilizada de la época de Freud se disolvió, y el psicoanálisis no es ajeno a ello. Freud había avanzado en su siglo poniendo de manifiesto la importancia de la sexualidad en la economía psíquica. Su concepción sobre la sexualidad se diferenciaba claramente de lo que la biología estudia bajo este término gracias a su concepto de pulsión sexual, y resaltaba que la libido freudiana trasciende claramente el registro de lo genital.

¿Podemos hablar hoy de nueva moral sexual civilizada? Uno de los retos del próximo Congreso de la AMP será indiscutiblemente el de interrogar los mitos actuales de la vida sexual y amorosa, y sus consecuencias sobre los temas que se llevan al análisis. ¿Se dirá como Stefan Zweig: “El mundo de ayer ha desaparecido, y cuando vuelvo a mis recuerdos siento como si tuviera mil años”?

El imperativo de igualdad

La entrada en la modernidad individualista que ha introducido como valor último “el individuo autónomo” sin duda ilustra y domina la actualidad del malestar contemporáneo1, pero no permite comprender en toda su amplitud el cambio sin precedentes que constituye la igualdad de los sexos y de las sexualidades. Históricamente, existe una estrecha relación entre el reconocimiento de la pareja del mismo sexo y las transformaciones de la pareja relacionadas con la igualdad de género. Se entiende así que el empuje a la igualdad en lo que tiene de irresistible según la fórmula de Tocqueville, constituya un valor cardinal de las sociedades democráticas. En efecto, la emancipación de las mujeres, pero también el hecho de que las sociedades democráticas abandonen «el principio de complementariedad jerárquica entre los sexos” han tenido sin duda una incidencia en el plano del derecho, pero han llevado también a redefinir el conjunto de las relaciones instituidas como la de la pareja y el matrimonio.

Una encuesta reciente2 en Francia, de gran envergadura, sobre la vida afectiva de los jóvenes después del Me too, revela grandes tendencias que no pueden dejar de interesarnos. Destacaré aquí en particular el impacto de la reivindicación dominante de la igualdad entre los sexos y las sexualidades. Se está desarrollando una nueva semántica en la que la amistad ocupa un lugar central. Si la amistad excesiva se asemeja bien a lo que uno siente por sí mismo, como lo formula Aristóteles, aquí se aprecia cuánto el culto de la igualdad absoluta y de la reciprocidad, inscribe a la pareja bajo el atractivo del mismo, del hermano, dando así la ilusión de una adecuación perfecta, mientras que la fantasía introduce por su parte una perfecta disimetría dada la diferenciación de goce de los partenaires.

A la disolución de la moral sexual civilizada, le ha sucedido un camino no señalizado que lleva a cada joven a buscar su propio recorrido, y la confusión de las referencias deja a todos en la incertidumbre. Para esta generación de jóvenes nacidos en un mundo que ya se quiere igualitario, resulta que el vocabulario de la experimentación, de la invención permanente está muy presente en su discurso.

La revolución Me-too o el “Hablar en plural” 

El movimiento de protesta llamado Me too, que ganó audiencia mundial en pocos meses gracias al hashtag #MeToo, comenzó mucho antes del caso Weinstein de octubre de 2017 y el movimiento de todas aquellas que se unieron a la revuelta de las actrices de Hollywood. La invención de una forma de solidaridad frente a las violencias sexuales comenzó con la primera campaña lanzada por Tarana Burke en 2007 en apoyo a las mujeres negras víctimas de violaciones, y paralelamente desde los años 1990 en Estados Unidos con las víctimas de abusos sexuales en la iglesia católica. En Francia, en 2015 se creó el grupo “La Parole libérée”.

Era ya una cierta forma de “hablar en plural” que nació así con un pasaje del “yo” al “yo también” que marca la nota contemporánea.

La politización de lo íntimo no data de hoy y ha seguido históricamente las luchas feministas. Ver al descubierto los testimonios públicos sobre la vida amorosa y sexual trae algo nuevo, y es que se trata de testimonios en primera persona que simultáneamente toman el valor del deber político: “hacer reconocer en toda su amplitud la dimensión social del reto”. Declararse uno mismo para que el mundo cambie.

Se puede ver una nueva estructura del neofeminismo. J.-A. Miller destacó un “todas las mujeres” estructurado en el modo del mito de Don Juan más una, más una, más una… Esta forma de expresión testimonia además la desaparición de la causa íntima o inconsciente en la subjetividad contemporánea. Los tormentos del amor, que fueron el objeto de toda la literatura, hoy se refieren al ciudadano autónomo, sujeto de la voluntad, y todo lo que pertenece al fracaso es tratado por la sociedad como un defecto de gestión o de funcionamiento. El malestar que implica un cuestionamiento, al menos una vuelta sobre sí mismo, es como sustraído al sujeto. De modo que, al proyectarse en la escena del mundo, es como si el sujeto recuperara una parte de subjetividad. El testimonio de Irène Théry, socióloga francesa de gran renombre, es particularmente elocuente a este respecto: se escuchó a sí misma hablar en la radio, en un programa de gran audiencia, de una agresión traumática de la infancia. Un relato que nunca había pensado hacer ya que no se lo había dicho a nadie, y nunca había vuelto a ello, un recuerdo que había atravesado más de sesenta años de vida. “Me encontré frente a mí misma, mis dilemas, mis límites”. Su toma de posición política lejos de ser incompatible con su posición de investigadora tomó entonces una nueva dimensión en la que como socióloga de los lazos familiares y en particular, del divorcio, ya desde hace tiempo apoyaba el movimiento Me too y la lucha feminista: decir “yo” era entonces testimonio de una condición compartida. “No hablo por mí: es mi historia la que, entrelazada a todas las demás, habla por nosotras”.

El pasaje de las identidades a la norma del consentimiento 

El movimiento Me too no solo ha puesto el acento en las personas víctimas de agresiones sexuales, sino que ha participado en una notable recomposición de la distinción entre permiso e interdicción. Tiende a imponer nuevas referencias y valores comunes, un nuevo ethos que Irène Théry no duda en designar como una “nueva civilidad sexual”. Es el consentimiento al intercambio sexual en sí mismo lo que se ha convertido en el criterio de lo permitido, independientemente del régimen matrimonial. La visión de la sexualidad ha cambiado radicalmente.

En el plano teórico, es interesante observar que este movimiento se acompaña imperceptiblemente de un cambio en la causa identitaria —los hombres frente a las mujeres, los blancos frente a los negros, los cisgénero frente a los transgénero, etc.— para abrirse a otro enfoque, más “maussiano” llamado relacional, y más crítico que da visibilidad al peso de las costumbres, a los valores colectivos o leyes no escritas de una sociedad dada y a la vez a la posibilidad para un individuo de poner en tela de juicio los modos de actuar instituidos o estereotipados. La crítica se diferencia así de una teoría de la deconstrucción y del desenmascaramiento (los mecanismos ocultos de una supuesta voluntad de los hombres de apropiarse de las mujeres, véase la Teoría de la dominación en Bourdieu) para adoptar un enfoque crítico que pretende distanciarse de los impasses del esquema dominante-dominado y del políticamente correcto de las identidades. La crítica destaca en particular que las corrientes identitarias consideran a priori que las violencias denunciadas se refieren siempre a la relación hombre-mujer, sin cuestionar la relación con la pareja síntoma, más allá del género.

La ley y las costumbres, las identidades y el modo de gozar

Si Me too no se reduce a un movimiento de lucha contra las violencias sexuales y pretende trabajar en el sentido de una nueva civilidad sexual, con nuevas expectativas para las jóvenes generaciones, no podemos dejar de observar que las dos dimensiones han avanzado juntas y han inducido inevitablemente una excesiva judicialización de las relaciones entre los sexos. La atención prestada a los derechos de las personas ha ampliado el campo del crimen en las mentes, lo cual es conforme al principio paulino formulado por Lacan “es la ley la que hace el pecado”.

Hoy, el imaginario de la rivalidad entre hombres y mujeres tiende a reducirse al modo del enfrentamiento, de la radicalidad sin matices y las relaciones de fuerza parecen dominar. Hay que leer aquí la crítica de la noción de consentimiento a la cual el número de Ornicar «Consentir» se ha dedicado. El consentimiento tiende a reducirse en el discurso a un mero requerimiento con amenaza judicial incluida. Contractualizar todos los intercambios para asegurar el consentimiento de los partenaires equivaldría a someterse a un nuevo orden moral basado en la estigmatización de los hombres como potenciales agresores y en la utopía orwelliana de la transparencia de las relaciones íntimas.

Si el crimen invade todo, entonces es la lógica de la sospecha y de una vigilancia generalizada la que inevitablemente prevalecerá. Porque nunca han faltado vocaciones de inquisidores que han imaginado reinar sobre las conciencias y los corazones.

¿Quién puede imaginar que las nuevas generaciones vivirán en un mundo de sexo transparente y garantizado, y no conocerán ya nada de las chicanas del deseo, ni de los tormentos como embestidas apasionadas del amor loco? ¿Ya no hay fracaso sexual?

Es como si los debates que se producen en materia de sexualidad tropezaran inevitablemente con la brecha que existe entre la ley y las costumbres, las identidades y el modo de gozar. ¿No es así como el desplazamiento de acento de las identidades hacia la norma del consentimiento debe leerse? A medida que la moral sexual civilizada declina, la estructura se revela.

En una conversación con Jacques Rancière, J.-A. Miller había señalado que las identidades se prestan a todos los deslizamientos, a todas las metáforas y metonimias porque están tomadas por los significantes, mientras que el fundamento en el modo de gozar no se desliza, no cambia.

La sexualidad según Lacan: una tesis clara como el día 

Aquí es donde hay que leer y releer una lección del curso de Orientación Lacaniana, extraída de La fuga de sentido3, que será publicada próximamente en el blog del Congreso.

J.-A. Miller despliega una tesis que se presenta tan simple como evidente sobre la sexualidad desde Lacan: es decir, la revolución que Lacan produjo con el concepto de goce. Si en Freud la libido está emparejada a la pulsión, es precisamente la relación del goce con la sexualidad lo que Lacan cuestiona. Por otra parte, si el goce en Freud tenía por finalidad la sexualidad, añadiendo el Edipo a la teoría de la sexualidad, es decir, la máquina que ordena la libido al sexo, ¿no ha propuesto por ello mismo que la libido no está naturalmente ordenada al sexo? pregunta J.-A. Miller.

Al introducir el nuevo concepto de goce, Lacan operará una reducción sobre el mismo concepto de sexualidad. El cambio fundamental consiste en decir simplemente que es esencialmente la relación de un sexo a otro, de un ser sexuado a otro, la relación de un cuerpo sexuado a otro. “Esto es lo más simple, la precisión que Lacan aporta al concepto freudiano de sexualidad: es una relación. Ahí es donde toma su valor (…) el decir que, contrariamente a la sexualidad, el goce no es como tal una relación, que incluso es la negación de la relación. El goce como tal no abre al Otro. Es por lo cual, la última vez, lo llamé autista”4.

La época pone de manifiesto, como nunca, que hay en lo sexual lo que circula, cambia, se desliza, se inviste, se desinviste, en la relación con el Otro, “es él, ahora es ella”; y está lo que de lo sexual no tiene relación con el Otro y que debe ser superado para dar lugar a la relación con el Otro, de ahí la tensión entre goce y amor: hay el fracaso sexual. En este punto, Lacan recomienda “agrandar los recursos gracias a los cuales llegaríamos a prescindir de esa molesta relación, para hacer que el amor sea más digno”. Nos orienta para leer el intento contemporáneo de encerrar el goce en el sexo.

El goce no es una relación, sino una sustancia, y es por excelencia el concepto que se opone a la relación, al contrario del de sexualidad. Tal es la tesis tan poderosa como límpida que J.-A. Miller extrajo de Lacan. Al estudiarlo seriamente, sabremos saborear el valor del aforismo «No hay relación sexual»

Para tomar la pregunta por la vertiente del malestar, he tomado como referencia la obra de Irène Théry Moi aussi – La nouvelle civilité sexuelle.

Bergström M. (s/dir.), La Sexualité qui vient. Jeunesse et relations intimes après #MeToo, Paris, La Découverte, 2025.

Miller, J.-A., La fuga del sentido. Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller, “Autismo del goce”. Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 161-178.

Ibíd., p. 163.

Lacan, J. “Nota italiana”, Otros escritos. Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 331.

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Traducido por María Guardarucci